por Jennifer Ludders
Aunque todos los niños en la sección de oncología son, por supuesto, preciosos cada uno de su propia manera, hay un par de ellos que destacan claramente en mi memoria. La pequeña Lupita de tres añitos es una de ellos. La chispa que brillaba en sus grandes ojos marrones no me dejó ninguna duda de que, en aquel cuerpecito pequeño e hinchado, residía un alma muy vieja y sabia.
Había estado recibiendo tratamiento en el hospital más de tres meses. Sólo le quedaban en la cabeza trozitos de pelo después de la quimioterapia y su cuerpo estaba cubierto de pequeñas manchas rosadas, una señal de que la inmunidad está baja y que se necesitan más plaquetas. Cuando conocí a Lupita por primera vez, no parecía estar en muy buen estado. Tenía coágulos de sangre debajo de su nariz y parecía estar, desde luego, sufriendo dolor. Su madre estaba a su lado de noche y día – no podía siquiera ir al baño o a la ducha sin que Lupita se ponga a gritar por ella. Como algunas otras madres que se quedaban en la sala con sus pequeños, la madre de Lupita dormía cada noche sobre la silla al lado de la cama, apoyando su cabeza al lado de la de su hija y sólo cambiándose de ropa una vez a la semana.
Unos días después de mi llegada, el estado de Lupita se empeoró. Como Miriam, tuvo una fiebre, pero su cuerpecito ya estaba muy débil después de un largo período de deterioro. Su madre se veía increíblemente angustiada y distante mientras se sentaba al lado de Lupita, llorando. No parecía que Lupita iba a sobrevivir la noche. Yo hice un poco de ‘Reconnective Healing’ (Sanación reconectiva) tanto para Lupita como para su madre. Deborah hizo Reiki y envió un mensaje a sus contactos pidiendo más energía y sanación para Lupita, a lo que muchas personas respondieron con entusiasmo.
Más tarde, el mismo día, Deborah volvió al hospital para trabajar con otro paciente. Se paró al lado de la sección de oncología para coger una hoja de los puntos de EFT o ‘Tapping’ y Lupita la llamó cuando estaba al otro lado del pasillo: “¡¡¡Deborah!!!” Sorprendida, Deborah entró en la sala y encontró Lupita sentada, rodeada por juguetes, con una inmensa sonrisa. ¿De verdad que era la misma niña pequeña cuya condición había estado tan grave tan sólo un par de horas antes? Deborah estaba pasmada, igual que yo cuando me lo contaron. Efectivamente, al día siguiente cuando entré, Lupita estaba exactamente igual – sentada con energía, jugando, haciendo tonterías y mostrándome cómo le gusta hacer ‘Tapping’ sobre ella misma.
Su espíritu se estaba mostrando brillantemente y estaba claro que, aun sin palabras, nos estaba diciendo a todos: “¡No me subestiméis! Todavía tengo cosas que quiero hacer aquí en esta vida, aún si es sólo para mostraros qué fuerte puedo llegar a ser.” De verdad que me lo mostró.
Lupita