por Jennifer Ludders
Durante la mayor parte de abril, tuve el privilegio de visitar el Proyecto Oaxaca para ver, de primera mano, el trabajo transformativo que Deborah Miller viene haciendo con niños que tienen cáncer. Dado que ya antes había vivido un tiempo en México y conocía las pésimas condiciones de algunos hospitales públicos en aquel país, me quedé impresionada cuando entramos por la ligereza del ambiente en la sección de oncología pediátrica, sobre todo tomando en cuenta las graves situaciones de los niños en el lugar y los efectos de esto sobre sus familias.
Deborah me explicó que el ambiente no siempre fue así. Cuando ella empezó a trabajar en la sección hace casi cinco años, el lugar daba una impresión oscura y pesada. Cuando llegaba entonces a su casa, tenía que ducharse en seguida para deshacerse de esa sensación. Ahora, sin embargo, la situación es muy diferente. Cuando Deborah entró, noté cómo a los niños les cambiaba el rostro. Se movía por la sección como un alegre colibrí o una abeja de flor en flor, compartiendo su néctar en forma de humor y amor. Tras su paso, los niños quedaban casi siempre riéndose. Sus padres parecían aliviados. Era realmente un privilegio poder observar este proceso y entendí con facilidad qué había hecho que Deborah mantenga este compromiso y vuelva todos los días. Mi corazón fue capturado por estos niños increíbles después de tan sólo un par de minutos en su presencia.
Deborah me había advertido que trabajar con niños con cáncer no es tarea fácil y muchas personas que tienen muy buenas intenciones, pero que son muy sensibles, simplemente no pueden con ello. Al ver las cabezas sin cabello y los brazitos atados a los sueros pude entender por qué era así; más todavía cuando uno sabe que las posibilidades de recuperación son bajas, dado la gravedad de la enfermedad y los fuertes efectos de la quimioterapia. Sabía que iba a ser para mí un equilibrio delicado ofrecer un corazón abierto y compasivo y al mismo tiempo proteger este mismo corazón de demasiado daño en estas circunstancias inciertas. Además de cuidar a mi corazón, sabía que mi mente me iba a molestar, pidiendome explicaciones de cómo y por qué un universo divino y amoroso podía permitir que tal tragedia golpee a estos niños tan jóvenes y bellos. ¡En resumen, sabía que yo también iba a necesitar mucho tapping!
Mientras yo iba evolucionando y desarrollándome espiritualmente hacia un camino de sanación profesional, llegué a apreciar muchísimo la conexión entre mente, cuerpo y espíritu. Estoy convencida de que nuestros estados emocionales – y particularmente la represión de ciertos sentimientos durante un largo tiempo – influyen en gran medida en las enfermedades crónicas. La explicación de Louise Hay – sobre cómo las heridas de la niñez y los patrones de pensamientos negativos se manifiestan en nuestros cuerpos después de cierto tiempo como enfermedades crónicas – me parece lógica y convincente. Pero cuando se trata de niños que desarrollan una enfermedad terminal, y especialmente bebés, esta explicación me parece mucho menos satisfactoria.
¿Cómo se puede explicar cuando Lupita, una niña de tres años con una madre muy entregada a ella, se enferma con Leucemia? ¿O cuando a Mia, una niña despreocupada de cinco años, se le encuentra un tumor en el estómago? Niños que casi no han tenido el tiempo para desarrollar patrones de pensamiento en esta vida y que aún así contraen cáncer… esta situación provoca un vacío en mi entendimiento que naturalmente lleva a preguntas espirituales más amplias y complejas.
Mi primer día en el hospital había más o menos 14 niños en la sección de oncología. Unos ocho estaban en sus camas y el resto en sillas en la zona de afuera, con sueros atados a sus brazos, viendo la tele, la mayor parte de ellos con sus padres. Empecé a conversar con un niño de once años que me dijo que su nombre era Jesús. Se expresaba muy bien y tenía una dulzura increíble. Le pregunté si había hecho tapping con Deborah. “¡Sí, sí! Lo hago todo el tiempo,” me dijo. Dijo que el tapping le había ayudado muchísimo. Antes, no podía tragar su medicina pero una vez que había hecho tapping con Deborah esto cambió y ahora ya no tenía ningún problema en tomar la medicina.
Jesús me contó que también lo utiliza a solas cuando está nervioso o tiene miedo de los diferentes tratamientos, y esto le ayuda a tranquilizarse. Me dijo de una manera muy práctica y sin mucha emoción que había estado extremadamente enfermo durante un tiempo pero que estaba haciendo mucho progreso y que ya se sentía mejor. Yo estaba completamente pasmada por la madurez de este niño y su valentía cuando hablaba. Después, Deborah me dijo que Jesús había estado a punto de morir durante unos seis días. Todos los miembros del equipo médico, incluso ella, estaban convencidos de que iba a fallecer. Sin embargo, se recuperó de forma milagrosa y está manteniendo su resistencia mientras se somete a más tratamientos. Para mí, estar en su presencia fue una experiencia aleccionadora.
En la sala con seis camas, había dos niñas pequeñas y ambas se llamaban Mia. Tenían aproximadamente la misma edad (cinco años) y la misma brillante sonrisa. A Mia 2, como he empezado a llamarla, le encanta Minnie Mouse. Le pregunté si podía hacer tapping con ella y asintió con la cabeza. Le pregunté cómo se sentía. “Bien,” me respondió. ¿Cómo se sentía su cuerpo hoy?” “Bien.” No me tomó mucho tiempo darme cuenta que muchos de los niños, incluso a una edad muy temprana, no se sentían cómodos al expresar sus emociones y habían aprendido a fingir y decir que estaban bien aún cuando no lo estaban. Después de hacer tapping sobre el tema de qué niña más fantástica es ella y cuán inteligente y dulce y fuerte es, me dijo que tenía algo de tristeza. ¿Dónde estaba la tristeza? En sus ojos. ¿De qué color era? Azul. Entonces ‘tapeamos’ sobre esto: “Aunque tengo esta tristeza azul en mis ojos, soy una niña maravillosa…”
Entonces su madre apareció, interrumpiendo y diciéndome que Mia había tenido dolor en el estómago. ¿Todavía sentía este dolor? Sí, me dijo – era verde limón. Entonces ‘tapeamos’ sobre el dolor de color verde limón en su barriguita (donde me dijeron después que ella tiene un tumor). ¿Qué quería hacer – mandarlo amor o mandarlo lejos? Quería mandarlo lejos. No hizo falta mucho tapping hasta que dijera que el dolor ya se había ido. ¿Cómo estaba el dolor en sus ojos?” Se fue también, me dijo. Era difícil saber si realmente se había ido el dolor o si solamente me estaba diciendo lo que pensaba que yo quería escuchar, pero sí parecía estar más en paz. Lo cierto es que fue una interacción muy linda, la primera de muchas que tendría con esta niña tan especial.